| Una crítica liberal a la “Ley Antitabaco”
enero 5th, 2011 § 1 comentario
A finales de 2010, los españoles asistimos a un intenso debate sobre el rol del gobierno en internet, al calor de la llamada “Ley Sinde”. La movilización de millones de individuos anónimos consiguió detener la abusiva legislación que, lejos de entender internet y la economía del conocimiento, tenía como único objetivo extraer rentas para lobbies de la Cultura como la SGAE, a costa de controlar los contenidos disponibles en la web.
Pero el poder no da tregua. Muchos filósofos liberales, desde Juan de Mariana a Friedrich Hayek pasando por muchos otros, han advertido a lo largo de los siglos sobre la necesidad de resistir la tiranía del poder día tras día. Hoy vemos que, apenas comenzado el 2011, España se enfrenta a un nuevo exceso contra la libertad individual: la “Ley Antitabaco”.
En realidad, el debate no es nuevo. Ya en septiembre escuchamos a un histórico líder socialista, Joaquín Leguina, alzar la voz contra este atropello. “Pretenden meter al Estado en nuestra alcoba”, declaró el ex presidente de la Comunidad de Madrid. Sin embargo, la entrada en vigor de esta nueva norma ha despertado una discusión que refleja hasta qué punto estamos dispuestos a permitir los excesos del Estado en la esfera privada.
Para empezar, nos encontramos ante una Ley contradictoria y cínica: el gobierno le ha declarado la guerra al tabaco… pero no por ello lo prohíbe, ya que no está dispuesto a renunciar a las rentas que suponen los impuestos aplicados a su distribución. Además, no podemos olvidar que el gobierno socialista de la región de Extremadura, mediante iniciativas como el Plan de Apoyo a los Tabaqueros, subvenciona con dinero público la actividad tabacalera en cantidades millonarias. En el caso del citado plan, por tomar un ejemplo, hablamos de 48 millones de euros.
Por supuesto, la propaganda gubernamental ha apostado también por criminalizar al fumador, situado en el centro de este nuevo puritanismo y convertido en un chivo expiatorio sobre el que cargar un debate social que, por razones obvias, debería estar centrado en otras cuestiones (como los dramáticos efectos del desempleo en más de cuatro millones y medio de españoles).
Lysander Spooner escribió en 1875 que deberíamos aprender a diferenciar los vicios de los delitos, ya que en el caso de los primeros, “un hombre se daña a sí mismo o a su propiedad”, pero eso sí, lo hace “en la búsqueda de la felicidad”, sin implicar ninguna “malicia hacia otros”. Por el contrario, la “esencia del delito” es la “intención de lesionar la persona o la propiedad del otro”.
Así las cosas, la nueva Ley ha abierto la puerta a nuevos escenarios de enfrentamiento social. El Ministerio de Sanidad ha pedido activamente a los ciudadanos que inicien denuncias por “incumplimientos” de la polémica norma, estimulando un clima de acusación entre personas. Ya conocemos algunos resultados de este enfoque: hemos visto en todos los periódicos la impactante imagen del rostro lesionado del propietario de una bolera en Cáceres. El empresario intentó mediar en una pelea iniciada a raíz de esta Ley… y acabó sufriendo un profundo corte en su ceja. Este hostelero ya ha declarado estar convencido de que “no será la última vez que ocurra” algo así.
Algunos han jaleado la acumulación de denuncias ante FACUA (siempre útil para este tipo de cosas… y siempre callada ante problemas mucho mayores, como los abusos de ciertas entidades financieras, por citar un ejemplo). Pero, ¿de verdad no tenemos nada mejor que hacer que quejarnos del vecino? ¿Nos llevará esto a algo bueno? Arturo Pérez-Reverte ya nos ha recordado que Anna Frank también fumaba, y fue delatada a la Gestapo por una cuestión similar. Tampoco han faltado quienes han recordado al pastor luterano Martin Niemöller, quien ha descrito magistralmente la espiral de rencores y denuncias entre vecinos que permitió el ascenso del nazismo en Alemania. Y por supuesto, no podemos olvidar el resultado que ha tenido la dinámica de los “chivatos” en la Cuba de los Castro, fiel espejo de la miseria y la pobreza comunista en el S. XXI.
También hemos leído que ya se han producido detenciones por esta nueva norma, dejando claro que la Policía tendrá como prioridad atender a estos asuntos… Y, como es lógico, cada minuto invertido en reforzar esta absolutista Ley será un minuto perdido en combatir la delincuencia y el crimen organizado: cuestión de prioridades.
Por supuesto, la Ley tiene implicaciones de lo más ridículas. Por ejemplo, la televisión no podrá mostrar a personas fumando. La consecuencia es que películas como El Padrino, por citar una de tantas, no podrían grabarse en la España de 2011… A todo esto le unimos la imposibilidad de que las casas de tabaco se anuncien en los medios de comunicación, otra prohibición increíblemente abusiva que, además, no se verá acompañada de ninguna compensación a dichas compañías o a las empresas audiovisuales y publicitarias, que verán a su vez como su actividad disminuye por esta intromisión y discriminación estatal. ¿Más arbitrariedades abusivas? No se podrá fumar en las marquesinas de espera del transporte público, podrá denunciarse a quien fume a 499 metros de un colegio, queda prohibido fumar en casa si se contrata un servicio de cuidado del hogar, no se podrá fumar desde una ventana o un jardín que esté cercano de diversas áreas delimitadas, etc.
Sigamos: hace años, el gobierno exigió que los locales de ocio se dividiesen en zonas para fumadores y áreas para no fumadores. Como es lógico, la coacción del Estado obligó a más de 70,000 establecimientos a realizar diferentes reformas en sus establecimientos, por un valor total de 1,500 millones de euros, como ha indicado la Federación Española de Hostelería y Restauración. ¿Quién va a devolverles ese dinero? Por supuesto, nadie: el gobierno se lava las manos tras este flagrante abuso, y no ha previsto ninguna compensación de calado, como merecería la situación.
Pero, sobre todo, desde un punto de vista liberal, hay debates más importantes aún que deben ser mencionados:
- En primer lugar, el argumento sobre el “daño a la salud” que provoca el tabaco no puede ser usado como una excusa para permitir que un gobierno decida por nosotros. El tabaco es malo para la salud… pero una persona libre tiene todo el derecho a consumirlo, si así lo desea. Lo mismo podemos decir del alcohol o la llamada “comida basura”: en todos estos casos, la persona debe ser libre de elegir lo que quiere hacer con su vida y con su cuerpo. Ese derecho es natural, inviolable y absoluto, y nada puede hacer un Estado para coartarlo.
- En segundo lugar, el recurrente argumento según el cual “la libertad de unos la han ganado otros” tampoco puede ser aceptado, ya que ello implica entender que la libertad es un “juego de suma cero”, como ha escrito Jorge Valín. No podemos entender, por tanto, que la libertad sea un mundo divisible en buenos y malos, ya que esto abrirá la puerta al exceso de la mayoría. Ni cincuenta más uno es cien, ni cincuenta menos uno es cero. Si permitimos que la libertad se transfiera de uno a otro, entonces aceptamos implícitamente que se puedan “crear” dos categorías diferentes de ciudadanos. En este escenario positivista, los “derechos” arrancan a unos ciudadanos lo que otros desean ver prohibido. Y, como siempre que apoyamos los derechos no negativos, permitimos que el mismo gobierno que puede darnos todo sea también capaz de dejarnos sin nada, como ya alertó Thomas Jefferson hace siglos.
- En tercer lugar, tampoco vale aceptar el argumento según el cual los clientes se benefician, ya que antes se veían “obligados a inhalar el humo de otros” o “no podían” disfrutar de su tiempo libre en estos locales. Como es evidente, siempre han existido establecimientos que prohíben fumar. Un ejemplo famoso es la cadena Starbucks, pero podemos encontrar muchos más casos. Por lo tanto, no cabe argumentar en este sentido. Siguiendo esta línea, siempre con ánimo de polemizar, ¿podríamos pedirle al gobierno que prohíba el “reggaeton” para no vernos obligados a escucharlo? ¿No tendría más sentido aceptar que lo lógico es que cada consumidor decida a qué establecimiento acude, dependiendo del ambiente y la música que le ofrezcan?
- En cuarto lugar, esta Ley supone un abuso claro y excesivo sobre la propiedad privada de los empresarios del ocio. El Estado decide por ellos qué deben permitir y cómo deben tratar a sus clientes. El primero que pierde su libertad es el emprendedor cuyo local de restauración ya no es gestionado conforme a sus deseos, sino según los caprichos del gobierno. Volviendo al punto anterior, nadie critica que Starbucks discrimine a los fumadores, pero precisamente porque no hay nada ilegítimo en hacer eso, no podemos permitir que un gobierno decida qué tipo de elecciones empresariales le gustan y cuáles no.
- En quinto lugar, el argumento puritano según el cual el gobierno está ayudando a los fumadores supone un nuevo atropello ridículo a la elección individual. Siguiendo este razonamiento, ¿por qué no se prohíben las grasas, que engordan a todos los que las comen? Llegando al extremo, y con ánimo de rizar el rizo, ¿por qué no se prohíbe vivir, si al final siempre acabamos muertos?
- En sexto lugar, algunos apoyan la Ley porque ya existe en Francia o Italia. Olvidan que otros países como Holanda ya la han anulado por sus malos resultados, menosprecian las consecuencias negativas apreciadas ya en el país galo y aceptan, además, que todo aquello que hagan otros países debería ser, pues, imitado por España. Con ánimo de llevar la situación al ridículo, cabe preguntarse si apoyan estos afrancesados la abusiva Ley aprobada por Francia para regular las descargas en internet, o si están de acuerdo estos amigos de Italia con sus nuevas normativas dedicadas a limitar la libertad de expresión.
- En séptimo lugar, no podemos olvidar que las sanciones derivadas del incumplimiento de esta Ley alcanzan los 600,000 euros (100 millones de las antiguas pesetas). Esta exageración es tan acusada que ni siquiera merece la pena ser comentada. Sencillamente, estamos ante una aberración.
Muchos han decidido que esta cuestión es importante porque supondrá la pérdida de muchos empleos y el cierre de muchos establecimientos. Sin embargo, y como siempre, hay algo más importante aún en juego. Si no protegemos la libertad individual de los excesos del poder, nos enfrentamos a un futuro lleno de prohibiciones y restricciones arbitrarias que anulará nuestra libertad de elegir y actuar de forma drástica. Cuidado con defender estos abusos, porque ahora pueden agradar a algunos, pero en el futuro siempre se volverán en nuestra contra. El único vencedor en esta batalla ha sido el Estado, que vuelve a ganar poder a costa de todos nosotros.
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